Las prácticas económicas argáricas se definen por una serie de rasgos relacionados que conformaron un sistema de producción vertical. Dicho sistema se basaba en la producción agrícola, que procedía principalmente de las tierras bajas. Frente a las aldeas directamente implicadas en el cultivo, los grandes poblados en altura se encargaban de centralizar, acumular, procesar y redistribuir los productos, mayoritariamente cebada. Lo mismo ocurría con otras materias primas y medios de trabajo relacionados con la elaboración de molinos, la producción metalúrgica y la confección de tejidos.
Además, estos centros económicos y políticos se caracterizaron por reunir una importante cantidad de fuerza de trabajo que, en parte, procedía de aldeas en llano. En suma, en los últimos siglos argáricos la población de las aldeas mantenía una relación de subordinación y dependencia respecto a al menos una parte de la de los enclaves en cerro para acceder a ciertos productos, como objetos metálicos o harina.
Como hemos señalado, la estricta política de control en cada territorio político fue en detrimento del acceso generalizado a recursos líticos de calidad. Una de las implicaciones fue la dificultad por parte de algunos poblados para acceder a rocas idóneas para la producción del instrumental de molienda más eficiente. Ello condujo en esos lugares a la producción de harina bajo condiciones de plusvalía absoluta. La focalización de la subsistencia en el consumo elevado de la cebada también trajo consigo problemas de salud debido a su valor nutricional menor. Los casos de malnutrición y anemia y la consecuente mortalidad infantil son fenómenos frecuentes entre los esqueletos humanos de finales del periodo argárico.