A inicios del periodo argárico se desencadenó un proceso que desembocó en la formación de la primera sociedad clasista y estatal de la Península Ibérica. Dicho proceso consistió en el establecimiento de unas relaciones de producción basadas en estrategias de plusvalía absoluta, en la apropiación y la transformación centralizada de gran parte de la producción y, finalmente, en el respaldo político de las prácticas de explotación socio-económica.
Los asentamientos centrales acumulaban una parte importante de los excedentes de producción, los medios de trabajo y la fuerza de trabajo. Los efectos de dicho control se manifiestan en la normalización de los productos cerámicos y metalúrgicos y en la circulación y uso restringidos, sobre todo, de los productos metálicos.
El ejemplo más claro del desvío y la apropiación de la producción por un grupo reducido se observa en la acumulación desigual de productos metálicos en los ajuares funerarios y la presencia exclusiva de algunos de ellos entre individuos de la clase dominante. El análisis estadístico de una serie de conjuntos de artefactos depositados como ajuar en tumbas individuales permitieron a V. Lull y a J. Estévez en 1984 distinguirlos en cinco categorías correlacionables con al menos tres clases sociales. Estudios posteriores han permitido afinar más esta caracterización inicial. La clase dominante (categorías 1 y 2) estaría formada por aproximadamente un 10% de la población, que gozaría de todos los privilegios y recibirían los ajuares más ricos, entre los cuales figuran armas especializadas de carácter ofensivo (alabardas y espadas) asignadas siempre a hombres. Éstos serían los encargados de mantener los privilegios de clase recurriendo a la coerción física cuando fuese necesario. Un 50% de la población correspondería a individuos con derechos político-sociales (categoría 3) y, finalmente, un 40% correspondería a individuos bajo régimen de servidumbre o, incluso, de esclavitud (categorías 4 y 5).
Esta estructura social fue desarrollándose y cristalizando a lo largo de los casi 700 años de duración del periodo argárico, en un contexto de marcada impermeabilidad cultural y de institucionalización de las relaciones de explotación. La sustentación del sistema social argárico se basó en relaciones de parentesco, deducibles a partir de las asociaciones de individuos que comparten los contextos funerarios (Tumbas) y del sistema de transmisión hereditaria. Los individuos pertenecientes a la clase privilegiada se reservaban el derecho a amortizar y acumular objetos de alto valor social en sus sepulturas, además de gozar de mejores condiciones de vida. Esta estructura se reprodujo durante los últimos siglos de ocupación argárica gracias a la práctica de la coerción psíquica y física institucionalizadas. En este sentido, El Argar representa uno de los principales núcleos de producción y uso armamentístico que pudo tener una doble aplicación, por un lado, la coerción interna, por el otro, la expansión de lo propio y la exclusión respecto al exterior. Por otro lado, la negación de la expresión subjetiva en la producción cerámica (ausencia de decoración) y la uniformización de las prácticas funerarias serían dos claros ejemplos de los efectos de dichos mecanismos de imposición subjetiva.