El proceso de producción de los recipientes cerámicos se caracteriza por una marcada estandarización tecnológica y morfológica. A partir de arcillas de procedencia local y desgrasantes preparados mediante el triturado de cuarzo y mica, se obtenía una vajilla expresada en ocho formas básicas. Su morfología y la gradación de tamaño en cada una de ellas permitían cubrir las actividades usuales de almacenamiento, cocina, servicio e, incluso, de contenedor funerario.
Los análisis de difracción de rayos X señalan que la temperatura de cocción de la cerámica argárica se situaba en torno a los 700 ane.
Los acabados de las superficies son, por norma general, alisados o bruñidos que pueden llegar a ser de alta calidad pero que, salvo contadísimas excepciones, no constituyeron el soporte de motivos decorativos. Los apliques se reducen a sencillos mamelones o, en menor número, asas, localizados cerca del borde. Algunos recipientes fracturados fueron reparados mediante lañas o grapas.
Un aspecto interesante de la alfarería argárica desde el punto de vista económico es la producción estandarizada de los volúmenes de los recipientes, lo cual ofrece indicios de un sistema de medidas para el almacenamiento y distribución de bienes de subsistencia. A raíz de los análisis volumétricos publicados por E. Colomer se ha sugerido un patrón de capacidad regido por un factor de multiplicación constante de 4,2 para recipientes de entre medio y hasta 35 litros. A partir de esta cifra, los recipientes, ya de grandes dimensiones, van doblando aproximadamente su capacidad, concentrándose sus valores en alrededor de 53 y de 105 litros. Ello sugiere una vez más una gestión económica controlada de la producción agrícola y de los medios necesarios para gestionarla socialmente (ver Agricultura).
Finalmente, cabe señalar que los análisis de huellas dejadas sobre la superficie de algunos cuencos pequeños de la forma 1 y 2 indican su uso para extraer probablemente grano o harina de las urnas de almacenamiento.